Las brujas de Su Majestad by Juno Dawson

Las brujas de Su Majestad by Juno Dawson

autor:Juno Dawson
La lengua: spa
Format: epub
editor: Penguin Random House Grupo Editorial España
publicado: 2022-10-07T06:13:29+00:00


27

Salida nocturna

Niamh

Tenía gracia, pensaba Niamh, que siempre se esforzase mucho más cuando salía con sus amigas. Un halago de una mujer significa el doble que el de un hombre. Ella se pintaba cada vez menos, pero todavía le gustaba el idioma del maquillaje. Como la brujería, era una lengua hablada predominantemente por mujeres: un esperanto secreto que la mayoría de los hombres no podían seguir.

Se lamió el lápiz de labios de los dientes y hurgó en el cajón de la cómoda en busca de la pareja del arete de plata, preguntándose si le quedarían bien dos pendientes desiguales. Al final se rindió y optó por unos aros de oro.

Se miró al espejo: vestido con estampado de flores, chaqueta de sport de terciopelo y botas camperas viejas. Stevie Nicks estaría orgullosa. Una pizca de perfume —albahaca y bergamota— y estaba lista. Le sorprendía lo emocionada que estaba. Era el tenue sabor de su vida antes de la guerra; citas nocturnas con Conrad, salidas nocturnas con las chicas. Antes de que llegasen los niños, solía ver a Elle o a Hells continuamente, las visitaba solo para desconectar y ver The Apprentice o episodios antiguos de Embrujadas. Resultaba curioso lo mucho que la vida había aflojado el ritmo, cómo se había adaptado a su propia compañía. Ahora, si salía dos noches seguidas…, dioses, qué semana más movida.

Oyó que Holly hacía su entrada abajo hablando en voz alta con Theo. Jez debía de haberse quedado en el coche con Elle. Bajó al salón a toda prisa.

—¡Hola, tía Niamh!

—Hola, cariño. Theo, ¿tenéis todo lo que necesitáis?

Ella asintió con la cabeza. Niamh había estado practicando, pero no pensaba decir nada hasta que Theo —o como se llamase— estuviese lista. No quería presionarla. Habían descubierto que Leonie era gay años antes de que ella se lo dijese, pero no se puede meter prisa a una flor para que salga de la tierra; hay que dejar que florezca a su ritmo. Bueno, a menos que una sea bruja, pero eso era otro asunto.

—Tenéis dinero para pizza en la encimera. No bebáis ni fuméis, aunque si tenéis que fumar, aseguraos de que sea verde, ¿vale?

Los dos rieron. Apartó un mechón de pelo rebelde de la cara de Holly. «Gracias por ser tan buena amiga de Theo», le dijo.

Holly se ruborizó y restó importancia al halago. «De nada».

Niamh no dijo más y salió corriendo para dirigirse al coche que aguardaba delante de su casa. En el lado del pasajero, Elle estiró el brazo por encima de su marido y tocó el claxon.

—¡Sube ese culo flacucho al coche! —gritó—. ¡Las chiquis esperan!

Oh, dioses. «Las chiquis». Oh, Elle. Niamh se sentó en el asiento trasero de un salto.

—¡Hola, Jez! —dijo, forzando un saludo alegre por Elle.

—¿Qué tal, guapa?

El coche de Jez olía a aceite de motor, pero no resultaba desagradable.

—¡Bien! ¿Y tú?

Ellos dos solo habían hablado de cosas sin importancia. Eso es lo que una consigue cuando únicamente comparte la mitad de su vida con el marido, Elle.

Costaba encariñarse con el marido



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